UN PAISANO EN
TREVÉLEZ
Por Roberto
Balboa
Primera parte
Sé que os he
mencionado mis viajes por La Alpujarra en muchos de mis escritos
anteriores y que incluso uno de ellos lo dediqué a haceros una pequeña
guía de esta comarca tan querida por mí, en la que os comentaba dónde se
podía comer, dónde se podía dormir, qué se debía visitar, etc.
Pues bien, llegó la
hora de hablaros con más detalle de esta tierra embrujada, de esta
tierra tan particular, de esta tierra tan entrañable, de la que tenemos
la suerte de estar a una hora de camino atravesando el preciosista
puerto de La Ragua.
Quiero que la
primera toma de contacto con esta tierra, prometo que no será la última
si Dios quiere, la centremos en el bonito y muy querido pueblo de
Trevélez.
Recomendado pinchar siempre en fotos pequeñas
Foto cedida por mis sobris de Trevélez José y Sonia
A él llegué allá
por el año 1978 con un grupo de amigos de Guadix después de haber
atravesado la sierra desde Jérez del Marquesado hasta el mismo Trevélez
a lo largo de dos jornadas de marcha.
Fue una travesía
muy dura, algo a lo que no estábamos acostumbrados, pero que al final
tuvo la mejor de las recompensas. Nos encontramos con una tierra única,
con unas gentes muy recias, con carácter, con una idiosincrasia muy
particular. Gentes bravas, pero que en cuanto te conocen un poco te
brindan su corazón totalmente. De hecho hoy, casi 27 años después, todos
los que llegamos a Trevélez en aquellos primeros días de agosto de
1978, hemos seguido yendo en multitud de ocasiones, tenemos grandes y
buenos amigos y nos sentimos como en nuestra casa cada vez que nos
dejamos caer por aquella tierra.
Todos los años,
desde entonces, en los primeros días de agosto, un grupo de gente de
Guadix e incluso amigos de otras tierras, hacen una travesía muy
parecida a la que hicimos aquel año, yendo a parar a Trevélez y de allí,
después de descansar unos días, se hacen distintos recorridos según las
ganas y el tiempo de que dispongan. En los últimos años parece que el
recorrido no sufre variación y se sube al Mulhacén durante el día 4 de
agosto para amanecer allí el día 5. Es el día de la romería de la Virgen
de las Nieves y allí, en el techo de la península, se dice una Misa a
media mañana a la que asisten gran cantidad de gentes de todos los
pueblos de los alrededores y de otra gente que como nuestros paisanos
suben desde un poquito más lejos.
Aquel primer año de
1978 llegamos literalmente rotos. Recuerdo que yo llevaba los pies con
unas ampollas de sangre que asustaron a mis compañeros cuando las
vieron, pero a las que yo no hacía ni caso porque estaba tan feliz y
alegre en aquella tierra que no reparaba en nada que no fuera comer
bien, beber mejor, disfrutar de las vistas, charlar con las gentes...
Nunca olvidaré
cuando llegamos. Era media tarde, estábamos muy cansados y el hambre nos
aguijoneaba el estómago, pero tuvimos la suerte de conocer a Rogelio que
nos brindó su casa y en ella despachamos casi de un tirón un pernil de
aquellos que había antes, con un lebrillo lleno de ensalada con tomate,
pimiento, cebolla, pepino, aceitunas y todo ello bien aceitado y poco
avinagrado, acompañado de un vino tinto de la tierra, del que ya sólo
existe en los anales. Muchas veces hablando con la gente del pueblo
hemos recordado aquel vino; cuando lo degustabas te saciaba el paladar
tanto, que casi no era necesario comer para sentirte comido y bebido,
satisfecho.
El bueno de Rogelio
fue nuestro primer amigo en aquella tierra y durante muchos años calmaba
nuestro apetito y nuestra sed invariablemente en los primeros días de
agosto. El bueno de nuestro amigo, falleció tras una penosa y larga
enfermedad, pero seguimos contando con la generosa y entrañable amistad
de sus hijos.
Aquella primera
noche que pasamos en Trevélez conocimos también a nuestro querido Juan
Moya, que Dios tenga a su lado, su mujer Fermina y sus hijas Sonia y
Fermina.
Tenían uno de los
pocos bares que había en el pueblo y justo al lado tenían la discoteca
del pueblo.
Recuerdo que en
Guadix nos costaban los cubalibres en aquel tiempo 75 pesetas y que el
bueno de nuestro amigo Juan nos cobraba 35 pesetas. Ya podéis imaginar
la noche que pasamos sintiéndonos ricos ante esta tesitura.
Y aquí, unas foticos de amigos
de Trevélez, para que no os aburráis ni una mijica
Después, con el paso de
los años, hemos seguido manteniendo una estrecha relación, que en mi
caso concreto se traduce en algo más que amistad. Para mí son como
familia, pero de esa a la que quieres. De hecho, las niñas, aunque hoy
en día ya son señoras, siempre me han llamado “tite” y yo las he llamado
mis sobrinas favoritas. Y cosa curiosa, hace unos años (2018), justo a
los cuarenta años de conocernos, hemos descubierto lazos familiares que nos
emparientan de verdad.
“Tite” es una
palabra de mucho arraigo en La Alpujarra que viene a significar “tito”,
alguien muy allegado a la familia al que se considera familia, pero que
no lo es por lazos de sangre, sino por lazos de amistad.
Desde entonces,
Juan y Fermina han sido siempre mis caseros en Trevélez, mis amigos, mi
familia. Siempre que los necesité allí estuvieron. De hecho, muchos
amigos que han venido conmigo a esta tierra los conocen y saben cuanto
nos apreciamos.
El bueno de Juan
murió hace unos años de repente. Confío en que Dios lo haya acogido en
su seno.
Recuerdo que muchas
noches de invierno nos pasábamos la velada hablando de todo un poco,
principalmente él me contaba cosas de la vida en la sierra, de cómo
hacer un exquisito pacharán, de cómo preparar un “joyo”, etc.
Creo que los
inventores del frigorífico son las gentes de La Alpujarra y ahora cuando
os lo explique comprenderéis por qué.
Todos sabéis las
condiciones climatológicas tan extremas que se dan en la sierra durante
el invierno. Pues bien, con el objeto de conservar las deliciosas
patatas que allí se cultivan y tenerlas siempre a mano y durante casi
todo el año, estas gentes tan ingeniosas idearon la forma de hacerlo.
Se llama “joyo” y
consiste en hacer un hoyo en una zona de umbría que al mismo tiempo
tenga un poco de desnivel. En ese hoyo se echan las patatas y se las
apila formando un montón, el cual se va tapando luego con juncos o paja
de centeno de manera parecida a un tejado que se construyera encima del
montón de patatas y al final del desnivel se hace otro hoyo más pequeño
a manera de sumidero, por donde se ira yendo el agua que pueda calar la
tierra. Una vez hecho todo esto se entierra y ya tenemos el frigorífico
preparado.
Cada vez que
queramos patatas bastará con que nos acerquemos y empecemos a
desenterrarlas empezando por el punto más alto.
Luego volvemos a
enterrar la parte desalojada y seguimos teniendo el frigorífico en
funcionamiento.
El hambre aguza el
ingenio y en estas tierras de fríos tan intensos en invierno y de tan
difícil acceso por las continuas nevadas, ahí tenéis un botón de
muestra.
Aquel primer año
dormimos junto al río en una pequeña haza de heno que hizo de colchón,
teniendo por techo uno de los más bonitos y sugerentes de la creación,
el cielo inconfundiblemente estrellado de aquellas alturas, libre de
polución totalmente y, por tanto, diáfano como las cristalinas aguas del
río que a nuestro lado siseaba.
Mucho ha cambiado
Trevélez desde aquellos años. El paso del tiempo todo lo transforma, lo
evoluciona o, tal vez, lo involuciona, pero el caso es que hoy en día
Trevélez con sus barrios alto, medio y bajo dista mucho de ser aquel
Trevélez que conocimos en aquellos años.
Pero el encanto de
sus callejuelas empinadas y estrechas, sus macetas de geranios que
parecen que nos dan la bienvenida, el olor a estiércol que más parece a
madera húmeda, el embrujo de sus gentes, las historias de maquis en la
sierra, las viejas historias de moros y cristianos..., todo ello hace
que aún a pesar de la evolución del pueblo, nos sintamos sobrecogidos
ante tal espectáculo.
La historia más
extendida en el pueblo sobre el origen del nombre de Trevélez relata que
hace muchos años llegaron a estas tierras tres hermanos que se
apellidaban Vélez. Con el tiempo surgieron entre ellos disputas y cada
uno de los hermanos se instaló en un lugar distinto; uno lo hizo en la
parte de abajo junto a la ribera del río, otro lo hizo un poco más
arriba y el tercero lo hizo un poco más alto, lo que al final vino a
delimitar los barrios del actual pueblo de Trevélez, el alto, el medio y
el bajo.
Como ya os habréis
dado cuenta los “tres Vélez” daría origen al actual nombre de Trevélez.
La gente de La
Alpujarra tiene en general fama de adusta, bronca, fuerte, con mucho
carácter y en honor a la verdad hay que decir que aunque los tiempos han
cambiado mucho, sigue habiendo sectores a los que se definiría
perfectamente con mis apelativos anteriores.
Yo pienso que esa
forma de ser tuvo que ser adquirida a la fuerza y a través del tiempo,
ya que en aquellas condiciones de vida tan extremas (segunda mitad del
siglo XIX y primera mitad del
siglo XX) no se concibe que alguien pudiera resistir si no era alguien
fuerte en todos los aspectos.
Hoy en día se vive
mucho mejor y no hay necesidad de ser duros para poder sobrevivir en
esas condiciones tan extremas que allí se dan.
El modus vivendi
ha cambiado de un extremo al otro y hoy en día no hay casa en el pueblo
que no tenga su calefacción, o su buena chimenea, o las dos cosas a la
vez.
La agricultura ha
pasado a un plano muy relegado y sólo se siguen cultivando aquellos
huertos que están cerca del pueblo y sobre todo lo hacen personas
mayores. La juventud prefiere trabajar en otros menesteres más
lucrativos y menos esclavos que la tierra.
Principalmente,
casi toda la juventud trabaja en el sector de los jamones que es la
principal actividad del pueblo y luego en el sector de la hostelería que
podríamos decir que es la segunda actividad más importante.
Luego iría el
sector de la construcción y por último varias pequeñas empresas
familiares.
Del rico jamón de
Trevélez poco os puedo contar que no hayáis podido comprobar “per se”.
¿Quién no ha probado alguna vez sus ricos perniles curados de forma
natural con aquellos aires serranos?
Cuando llegué a
Trevélez por primera vez, lo único que sabía del jamón era comérmelo, y
punto. Después de tantos años de andar por aquella tierra y de haber
hablado con sus gentes durante horas y horas sobre todo lo concerniente
al jamón, hoy, si podría daros una idea más amplia de todo lo que
conlleva, desde la cría del cerdo, su engorde, la matanza, la
elaboración de los distintos productos que del cerdo salen, la
preparación para la salazón, la salazón y todo el proceso de curación al
natural, nunca inferior a un año.
Hay otras maneras
de hacer jamón, como me comentaba un día mi amigo Joaquín, el antiguo
Alcalde, pero eso no es jamón, ya que el proceso que puede y debe durar
al menos un año, algunos desaprensivos enamorados de los beneficios
rápidos y fáciles lo reducen a tan sólo 70 días. Ya podéis imaginar
que es lo que le pueden hacer a esa carne para prepararla en 70 días.
Pero bueno, no
quiero hacerle propaganda gratuita a esos desaprensivos y no os contaré
cual es su método. No obstante y si alguno de vosotros está interesado
en saber cómo lo hacen con mucho gusto yo os lo explicaré detalladamente
como un año o más se puede reducir a 70 días.
El día 10 de
octubre de 1862 la Reina Isabel II concedió a los jamones de Trevélez
el privilegio para vestir la corona real y desde entonces se custodia en
el Ayuntamiento un sello de marcar a fuego en el que pone la siguiente
leyenda:
“PREMIADO POR S.M.
LA REYNA ISABEL II EN 1862. TREVÉLEZ”
Recomendado pinchar siempre en fotos pequeñas
Foto cedida por mi amigo de Trevélez Paco Noguera
Aquí tienes un artículo muy interesante sobre este
premio de la Reyna Isabel II
Y es que es verdad,
como me decía un viejete del pueblo muy amante de los trovos; “De Trevélez el jamoncete, está de rechupete.”
Bueno queridos
paisanos, no os quiero cansar más de lo debido y como ya está decidido
que de Trevélez habrá una segunda parte, confío en que esperéis con
impaciencia la próxima revista, donde os daré más detalles de esta
tierra tan extraordinaria y de este pueblo tan querido por mí.
Hasta pronto.
Vuestro paisano.
© Del autor
Artículo publicado en la Revista de la
Asociación Cultural Amigos de Gor San Cayetano
con pequeñas actualizaciones
posteriores del autor.
UN PAISANO EN
TREVÉLEZ
Por Roberto
Balboa
Segunda parte
Bueno queridos
amigos, aquí estamos otra vez tratando de compartir con vosotros todo lo
concerniente a este pueblo tan querido por mí y que tanta fama ha
alcanzado dentro y fuera de nuestras fronteras.
Trevélez es un
pueblo blanco de cal que contrasta contra el fondo de las altas montañas
que lo rodean presididas por el Mulhacén, donde la luz del cielo brilla
con más intensidad que en otros sitios por estar a la altura en la que
está; los lugareños tienen a gala que es el pueblo más alto de España y
anuncian a bombo y platillo que se encuentra a 1.750 metros sobre el
nivel del mar e incluso lo publican en camisetas, mecheros y recuerdos
típicos de la zona, pero en honor a la verdad tenemos que decir que sólo
está a 1.476 metros.
Una característica
muy frecuente son sus calles empinadas y estrechas, posible herencia de
su origen árabe, flanqueadas por diminutos balcones repletos de macetas
de geranios de todos los colores.
Tras la expulsión
de los primeros pobladores pasó de pequeña alquería dependiente de la
taha musulmana de Juviles -división administrativa semejante al
municipio-, a ser ocupada por cristianos procedentes de Galicia y
Castilla.
Las carreteras que
conducen hasta Trevélez bordean pronunciados barrancos, ocasión que
podemos aprovechar para deleitarnos con los paisajes que se van
sucediendo. Pero una cosa sí os aconsejaré; ¡mucho cuidado al conducir!
Y a propósito de
fama, en esta ocasión si os contaré algo más de los celebérrimos jamones
de Trevélez, de los que hicimos un simple bosquejo en nuestra primera
parte.
Ya os dije que en
el año 1862 la Reina Isabel II otorgó el privilegio a la villa de
Trevélez de estampar el sello real en el jamón elaborado en la comarca, y
desde aquella época e incluso desde antes, los célebres perniles son
curados y secados de la misma manera que en la actualidad lo vienen
haciendo.
Nuestro paisano
Pedro Antonio de Alarcón ya nos contaba en su viaje a la Alpujarra allá
por el año 1872 de las excelencias de estos famosos jamones y aunque él
nunca estuvo en Trevélez bien sabía de su existencia. Suyas son las
palabras que siguen:
“Uno de los pueblos
del partido judicial de Órgiva es el nunca bien ponderado Trevélez, la
tierra clásica de los más típicos y famosos jamones alpujarreños. Tan
especiales son los de Trevélez, que, como recordarán los que hayan leído
cierto librejo titulado DE MADRID A NÁPOLES, Rossini, el inmortal
Rossini, el primer glotón de la glotona Italia, hablaba de ellos con
frenético entusiasmo. Creo que es un dato digno de tenerse en cuenta.
Por lo demás, la excelencia de estos perniles proviene de que se curan a
la ventilación de la nieve; de que los difuntos (me repugna decir los
cerdos) se crían en los riscos de la sierra (lo cual hace que su carne
esté muy trabajada y enjuta), y de que los asesinatos, o matanzas, se
perpetran siempre en jóvenes de corta edad. Por eso sus jamones resultan
tan dulces, tan magros y tan chicos.”
Desde aquella época se han mantenido y
transmitido los conocimientos y procedimientos artesanales de selección,
salado y curación del jamón.
El cerdo se criaba en la zona, se sacrificaba y
después se curaba el jamón.
Tras un largo
proceso de secado estaba dispuesto para venderse con el sello de la Casa
Real que el Ayuntamiento de Trevélez controlaba y vigilaba de manera
celosa y que hoy en día exhiben con orgullo.
Hoy en día y
gracias a la labor que realiza el Consejo Regulador del Jamón de
Trevélez, se sigue manteniendo la calidad y se preserva para su
comprobación una etiqueta de color roja que autentifica su procedencia,
curación y calidad.
Al jamón de
Trevélez se le califica como de los más "dulces", por el escaso grado de
salazón que se precisa para que los procesos de secado y maduración se
desarrollen sin problemas. En buena parte es debido a los vientos
cierzos, provenientes de las altas cumbres de Sierra Nevada.
El experto Antonio Sánchez Belda ya decía: "Los jamones de Trevélez
tienen un aroma tan específico y genuino que son fácilmente
identificables en las pruebas de cata.”
Los autores del
siglo XIX, escribían: "De lo que es un jamón legítimo de Trevélez hay
poca gente que tenga idea. No lo prueban más que las personas pudientes
de Granada y sus amigos. Es un producto exquisito, superior a toda
descripción y a todo encomio y excesivamente caro."
El jamón de
Trevélez está oficialmente reconocido como Producto de Calidad por la
Junta de Andalucía y tiene otorgada la Denominación Específica que
garantiza el origen y la procedencia de dichos jamones.
Don Natalio Rivas Santiago, el mejor valedor del
jamón de Trevélez
La Denominación
Especifica Jamón de Trevélez, con reglamento aprobado por la Junta de
Andalucía en el año 1992, protege la elaboración de jamones en una serie
de municipios de la comarca montañosa de las Alpujarras granadinas.
Dicha comarca
incluye los términos municipales de Trevélez, Juviles, Busquístar,
Pórtugos, La Taha, Bubión, Capileira y Bérchules, de la provincia de
Granada, en industrias situadas a mas de 1.200 metros de altitud.
Los jamones se
obtienen de cerdos de las razas Landrace, Large-White y Duroc-Jersey o
de sus cruces.
El jamón de
Trevélez tiene una forma redondeada, conservando la corteza y la pezuña
y su peso final ronda los 8 kilos. No quiere esto decir que no haya
jamones más grandes, pero estos ocho kilos se dan como el peso ideal de
un jamón que tenga entre 12 y 14 meses de curación.
Recordad siempre
que a la hora de comprar un jamón es conveniente que pese más de 7
kilos, ya que si pesa menos os estaréis llevando el peso en el hueso y
si pesa más, os estaréis llevando el peso en carne. El hueso de un jamón
de 6 kilos pesa lo mismo que el hueso de un jamón de 8 kilos. He ahí la
diferencia.
Últimamente también
se está presentando cortado en lonchas y envasados al vacío para su mejor
transporte y más cómodo consumo.
La selección del jamón empieza cuando está
fresco. Las piezas tienen que proceder de un animal hembra o macho
castrado (yo prefiero que sea hembra), y preferiblemente el jamón debe ser
“zocato”, ya que durante su vida el cerdo casi siempre está echado de
ese lado y la carne está más trabajada, y deben tener un peso mínimo en
carne de 11,3 kilos, contar como mínimo con 1,5 cms. de grasa y que
tenga un periodo de curación mínimo de doce meses.
Habrá que tener en cuenta también el peso del
jamón en carne, ya que cuanto mayor sea éste más tiempo de curación
deberemos darle.
Aunque los jamones llegan hoy en día a Trevélez
en camiones frigoríficos, antes de trabajar sobre ellos se les mide la
temperatura interior que no deberá pasar de 1,5 o 2 grados y si pasan de
esa temperatura se meten en cámaras frigoríficas hasta que alcanzan la
temperatura adecuada.
El siguiente paso sería pesarlos y marcarlos a
fuego.
El pesaje obedece a que la fase de salado irá
en consonancia con el peso del jamón; así si un jamón pesa en carne 14
kilos, deberá permanecer enterrado en sal sobre 14 días, o sea, la
relación es de un día de sal por cada kilo de peso del jamón.
En cuanto al marcado al fuego, os diré que
todos los jamones llevan impreso a fuego en la corteza o en la espalda
una serie de tres o cuatro números que identifican la semana y el año en
que empezaron a curarse, de tal manera que si nos encontramos con un
jamón que tiene grabado 14-01 quiere decir que empezó su curación la
semana 14 del año 2001.
Sólo se utiliza sal marina, sin nitrificantes
ni aditivos y al finalizar el proceso de curación debe haber tenido una
merma (pérdida de peso) del 36%.
Antes y después de meterlos en la sal hay que
tratar de sacarles toda la sangre que hubiera podido quedar en las venas
del jamón y tras la salazón se les da un baño antes de ponerlos a curar
definitivamente.
Hoy en día hay para este menester del sangrado
unas máquinas con unos rodillos que hacen este trabajo, pero siempre al
final se les da el último repaso a mano. El objeto de este sangrado es
que los restos de sangre no puedan estropear la curación del jamón, ya
que si dejamos dentro sangre el jamón se puede pudrir.
Cuando el proceso de curación está entre el
cuarto y sexto mes aproximadamente, se les da manteca con el objeto de
tapar todos los pequeños orificios por donde la mosca pueda picarlos y
por tanto estropear el proceso.
Todo el proceso está controlado por los
veedores veterinarios que se encargan de ir controlando los jamones que
cumplen todos los requisitos para poder comercializarse con el sello de
la denominación.
Este proceso natural se puede llevar a cabo por
la condiciones climáticas de la zona que permiten mantenerlo poco tiempo
en sal, lo que le confiere un sabor suave, muy apreciado por los
consumidores, incluso por los que no están familiarizados con el jamón
serrano.
Hoy en día los jamones en carne llegan a
Trevélez principalmente de la región de Murcia, de Cataluña y de Galicia
y como es normal proceden de grandes explotaciones totalmente
industrializadas. Es muy difícil ver un jamón que sea de un cerdo criado
en Trevélez o alrededores a la antigua usanza; es más, algunas veces el
bueno de mi amigo Juan José González, que tiene un secadero en Trevélez,
cuando consigue alguno de estos jamones, de un marrano cuya procedencia
tiene muy clara y que ha sido criado como antes, enseguida monta una
fiesta en la que aparecemos los amigos habituales y casi siempre
terminamos dando buena cuenta del jamón.
Ni pata negra, ni recebo, ni nada de nada. Sin
duda es el mejor jamón que uno se puede comer, eso sí, si lo encuentras.
Desde hace unos años se está dando el caso
también de que traen los célebres jamones de Huelva, los de Jabugo, o
como la gente les llama los de pata negra, para que los curen en
Trevélez, ya que según dicen salen bastante más exquisitos que los que
curan en aquellas serranías.
También traen jamones de recebo para curar en
estas alturas por el mismo motivo.
Al tradicional jamón de Jabugo se le suelen dar
muchos nombres, por ejemplo: de pata negra, de bellota, ibérico, de
recebo y tal vez alguno más que ahora no recuerdo, pero hay diferencias
entre cada uno de ellos, ya que es muy fácil confundirlos.
Voy a tratar de explicaros un poco acerca del
asunto y dejaros claros algunos conceptos que fácilmente se confunden.
Si decimos jamón de Jabugo sólo nos estaremos
refiriendo al sitio donde supuestamente el marrano se crió y donde se
curó el jamón, por tanto pienso que es una definición muy pobre, ya que
deja en entredicho si es de bellota, o de recebo.
Si decimos jamón ibérico sólo estaremos
queriendo decir que es español, criado y curado en la península ibérica
y por tanto también nos puede llevar a error. De hecho, todos son
ibéricos.
Si decimos de pata negra, tampoco nos estará
aportando una solución definitiva, ya que dentro de los pata negra puede
haberlos de bellota y de recebo y entre ellos hay una marcada
diferencia. Hoy en día un kilo de jamón de bellota en pieza puede costar
alrededor de 36 €, mientras que un kilo de jamón de recebo en pieza
puede costar alrededor de 18 €.
Si decimos serrano, también nos estaremos
refiriendo a que el marrano se crió en la sierra y allí se curó el
jamón.
Por todo ello, yo pienso que la mejor
definición que podemos dar del jamón sería la siguiente:
De bellota, es el mejor según los entendidos,
el más caro y con esa definición tendremos presente que el marrano ha
sido criado enteramente hasta su sacrificio con bellotas y como todos
sabéis, la alimentación del marrano es uno de los puntos más importantes
para que el jamón sea más o menos exquisito.
De recebo, es el que le sigue en calidad y con
esa definición tendremos presente que el marrano se alimentó durante su
vida en parte con pienso y en parte con bellota.
La manera más fácil para diferenciar un jamón
de bellota de uno de recebo es hincarle el dedo en la espalda al jamón.
Si el hoyo que le hemos hecho con el dedo se queda hecho sin duda es un
jamón de bellota, pero si el hoyo desaparece y la grasa vuelve a su
posición normal el jamón es de recebo.
Casero, es el que ha sido criado en el corral
con las sobras de la casa y con algún arrimo del huerto y, por supuesto,
salado y curado de forma totalmente natural. Yo particularmente es con
el que me quedo, pero como ya dije antes pillar uno de estos jamones es
casi un milagro.
Serrano, así podríamos definir a aquel jamón de
marrano blanco que ha sido criado industrializadamente con pienso. Este
es el jamón más comúnmente conocido y más consumido por todos nosotros.
El jamón es la principal fuente de riqueza que
tiene Trevélez y es algo que va tan unido al pueblo, que cada vez que
oímos el nombre de Trevélez automáticamente pensamos en sus jamones.
Espero que con estas pequeñas nociones
estaremos en el futuro más preparados para saber comprar un buen jamón.
Por cierto, en el momento de la compra es conveniente pinchar el jamón
con una costilla afilada de vaca en varios puntos determinados, ya que
así podremos saber a ciencia cierta si el jamón está bueno de comer o no
sin necesidad de abrirlo.
Y vamos a tener que ir dejando el tema, ya que
esto va a parecer más un tratado del jamón que un viaje y no estoy
seguro que os vaya a gustar tanto, como hasta la fecha os han gustado
mis viajes.
Por ello, ya he decidido hacer una tercera
parte de Trevélez que, si Dios quiere, veréis en el próximo número de la
revista, porque pienso que quedan muchas cosas en el tintero por contar
y que todas y cada una de ellas merecen la pena.
Espero, como siempre, haberos entretenido y
haberos hecho pasar un rato feliz con la lectura de esta segunda parte.
Hasta la próxima.
Vuestro paisano.
© Del autor
Artículo publicado en la Revista de la
Asociación Cultural Amigos de Gor San Cayetano
Y
quien quiera la 3ª parte que pida a
trevelez@gmail.com
que se le envíe a su correo
electrónico particular.
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