UN PAISANO EN TIERRA SANTA (I)

Por Roberto Balboa

 

Desde estas mis primeras líneas para esta “Gran Gente de Gor”, quiero tener un emotivo y vivo recuerdo para todos aquellos amigos y amigas que me han acogido de todo corazón desde mis primeras visitas a esa “Gran Villa”, y en especial para esa “Gran Persona” que es Paco Ros, sin cuyo ánimo jamás me hubiera decidido a colaborar en la presente revista.

Os diré que soy un enamorado acérrimo de la naturaleza, de la vida tranquila y sosegada que se palpa en pueblos como el nuestro. Y digo nuestro, porque aunque no nací en Gor, todas aquellas personas que me conocen podrán atestiguarlo, me siento como un vecino más del pueblo cuando recorro sus calles, cuando disfruto con las tertulias de sus gentes, cuando vivo las fiestas de San Cayetano como uno más.

Y ha sido San Cayetano quien me inspiró las primeras líneas, cuando a primeros del mes de abril de este año (1997), subía por las estrechas callejuelas de Jerusalén que recorren la “Vía Dolorosa” y van a parar al “Santo Sepulcro” y al “Gólgota”.

La similitud en la austeridad de la vida de Jesús y de San Cayetano, me hizo recordar como en el Concilio de Letrán del año mil quinientos y pico, San Cayetano fue un firme defensor e impulsor de las órdenes mendicantes. Nadie podía dormir tranquilo si no había ayudado a un hermano aunque para ello fuese menester mendigar.

Según íbamos subiendo por la “Vía Dolorosa”, nos encontramos inmersos en un barullo descomunal que al principio nos produjo un poco de miedo, teniendo en cuenta la situación tan delicada por la que atraviesa aquella tierra judeo-palestina o palestino-judía, pero enseguida nos informaron que no nos preocupáramos porque se trataba de la principal procesión de la Pascua que celebra el pueblo arameo.

Aquel río de gente nos fundió entre ellos y casi sin darnos cuenta nos transportó al “Santo Sepulcro”. Recuerdo que mientras ascendíamos asaltaban mi cabeza ideas sublimes; veía la humilde vida de Jesús reflejada en aquellos rostros bondadosos de los arameos, sentía como un desasosiego interior pensando en lo que por aquella “Vía Dolorosa” había padecido nuestro “Redentor” para que nosotros tuviéramos una vida mejor, y una vez más volvía a recordar a San Cayetano.

¡San Cayetano!, ¡San Cayetano!.

Aquella calurosa mañana, se transformó de pronto en una alegre y fresca mañana de primavera cuando por fin atravesamos la puerta del “Santo Sepulcro”, y pudimos respirar aquel aire limpio que da el amparo de los gruesos muros de piedra, donde arameos, ortodoxos, judíos, católicos y otros conviven al unísono y como hermanos en la creencia de un “Ser Superior”.

Allí dejé encendido un gran cirio como ofrenda del pueblo de Gor a “Quien” con su vida salvó la nuestra.

Que la mano de San Cayetano siempre proteja a Gor y a sus gentes.

Aquí terminaba el artículo original que en su día se publicó en la revista de la Asociación Amigos de Gor San Cayetano. Fue mi primer artículo en la revista, y como nadie me dijo de cuanto espacio disponía, por prudencia fui breve, y poco conté del viaje en si. Pero con el tiempo, he ido amasando la idea de extender el artículo, y compartir con vosotros otras vivencias del viaje. Y es que, éste es uno de los viajes que te dejan marcado para siempre, seas o no creyente; cuántas veces lo oí decir a las gentes más variopintas.

Además, el viaje realmente empezó en Roma, donde estuve tres días, antes de continuar a Israel, los cuales serán objeto de un artículo aparte, pues Roma por si sola puede ser fuente de ríos de tinta. Por ello, en esta ampliación del artículo original nos dedicaremos en exclusiva a “Tierra Santa”.

Por razones de lejanía en el tiempo, no recuerdo exactamente el viaje en orden cronológico como os tengo acostumbrados, por lo que con vuestra licencia, os contaré mis recuerdos sin más.

En el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv hacía un calor sofocante, que mitigó en parte el aire acondicionado del microbús que nos esperaba para llevarnos a nuestros hoteles en Jerusalén.

Mi hotel estaba en una colina desde donde se divisaba la mayor parte de la ciudad. Aquella tarde, la contemplación de un mágico crepúsculo con la ciudad a mis pies, ya presagiaba uno de los viajes más inolvidables de mi vida. De hecho, hoy, muchos años después, con el recuerdo imborrable de la nostalgia, me he puesto manos a la obra decidido a no privaros ni del más mínimo detalle de este viaje.

Lo primero que llamó mi atención cuando llegué al hotel, es que se dirigieron a mí en un perfecto castellano sin ningún tipo de acento. Era una chica muy educada y simpática que al ver en mi pasaporte que era de Granada, abrió unos ojos descomunales y me dijo que sus antepasados habían vivido en Granada y que tenía muchas ganas de visitarla. Por las noches, cuando llegaba al hotel y ella estaba en recepción y no había nadie esperando sus servicios, siempre me preguntaba cosas sobre Granada, y especialmente sobre la Alhambra, a las que yo respondía como mejor sabía. Me trató de maravilla, me regaló propaganda del hotel, me recomendaba donde cenar y que sitios no debía perderme. Fue una verdadera Cicerone.

A posteriori he sabido que el verdadero impulsor y promotor de la construcción de la Alhambra fue un judío llamado José Negrela, pero ella fue la que me puso en el camino de salir de un error muy común, creyendo que los impulsores habían sido los árabes.

Pero es que en la habitación me esperaba más de lo mismo. Tenía un sobre con mi nombre completo, incluido el acento en Jesús, donde tenía diversa información sobre la ciudad y el país, además de un completísimo planing con toda la programación de todas las cosas que iba a hacer en los próximos días, incluidos horarios, itinerarios, visitas, etc., y por supuesto, todo en un perfecto castellano, sin asomo de inglés, hebreo, árabe o cualquier otro idioma que no fuera el castellano. Eso sí, había un pequeño manual, como una guía de ayuda, en la que te mostraba las frases más usuales en hebreo, incluida la pronunciación.

Nos acompañó durante todo el viaje por la ciudad y por el país un judío sefardí que también hablaba un castellano coloquial rayano en la perfección. Los desplazamientos los hacíamos en un microbús parecido al del primer viaje desde el aeropuerto, un grupo que oscilaba entre cuatro y seis personas y nuestro guía siempre daba las explicaciones en castellano y en inglés, pero eso sí, siempre empezaba por el castellano. Por una vez, en mis viajes, hemos tenido el idioma preferente.

El “Santo Sepulcro” es algo inenarrable. Es más de sentimiento, de lo que allí se respira, del contraste que ves entre unas y otras religiones.

El Santo Sepulcro en 360º

 

Lo que más llamó mi atención fue, justo a pocos metros de la entrada, la piedra de mármol donde supuestamente había descansado el cuerpo yacente de Jesús. Había a su alrededor una muchedumbre que hacía muy difícil poder acercarte a ella, y constantemente echaban agua, la recogían con trapos y luego se los pasaban por la cara, los brazos, el pecho, etc. Allí aguanté las idas y venidas hasta que pude tocar la piedra y con mi mano mojada refresqué mi cara.

Alrededor del templo hay diversos altares que corresponden a las diversas religiones que allí tienen representación, donde los fieles de cada una de ellas tienen sus encuentros más íntimos con su fe.

Otro de los sitios que no puedes dejar de ver es la “Estación XII de la Vía Dolorosa”, donde Jesús murió en la cruz. El sitio exacto está representado por un círculo dorado con rayos de plata.

No sólo el “Santo Sepulcro” es inenarrable, todos los lugares que visitamos lo son. El “Muro de las Lamentaciones” en Jerusalén, la “Iglesia de la Natividad” en Belén, el “Monte de los Olivos” en Jerusalén, la “Mezquita o Domo de la Roca” en Jerusalén, el “Río Jordán”, la “Vía Dolorosa” en Jerusalén, el “Barrio Árabe” en Jerusalén y tantos otros lugares que para los creyentes tienen un poder mágico.

Por ello, además de haceros una pequeña reseña sobre estos sitios, os contaré mis impresiones personales.

La “Iglesia de la Natividad” en Belén es la iglesia cristiana más antigua del mundo. Durante la invasión persa del año 614 después de Cristo, mientras todas las otras iglesias construidas durante el reinado del Emperador Constantino estaban siendo arrasadas, esta iglesia fue salvada. Tanto el interior como el exterior en la iglesia fueron renovados por el Emperador Justiniano al comienzo del siglo VI, y luego otra vez restaurados por los Cruzados. En 1333 después de Cristo, a los Franciscanos se les permitió residir y rezar en la iglesia. La “Iglesia de la Natividad”, junto con la “Iglesia del Santo Sepulcro” son consideradas como iglesias de “Status Quo” y de ahí, que son conjuntamente administradas por los Franciscanos, los griegos y las comunidades ortodoxas armenias.

La puerta de entrada es muy incómoda por ser baja y estrecha, de ahí que le llamen la “Puerta de la Humildad”.

Algunas partes del suelo están cubiertas por paneles de madera. Bajo ellos se encuentra el suelo original de la iglesia que Constantino construyó el año 335 después de Cristo. 

Las 44 columnas a ambos lados de la iglesia, tienen seis metros de alto y pertenecen al periodo de Justiniano.

Cuando uno alza la vista a los dos flancos, se pueden ver los restos de los mosaicos de oro del periodo de los Cruzados. En el primer plano está el altar principal de la comunidad ortodoxa griega. Fue construido sobre la misma cueva o gruta donde Jesús nació. Las escaleras que conducen abajo, a la entrada de la gruta a la derecha, eran de la entrada original. Más tarde, escalones adicionales fueron construidos a la izquierda y constituyen la actual salida.

A la derecha de la sección armenia ortodoxa, se encuentran las escaleras de salida que emergen de la Gruta de la Natividad.

La otra sección de la Iglesia de la Natividad pertenece a los católicos romanos y es administrada por los Franciscanos. Desde esta iglesia se televisa la misa de Nochebuena por las principales cadenas de televisión del mundo.

 

Fotos de Tierra Santa

 

Pero sin duda, el lugar más emblemático es el sitio donde nació Jesús, frente al pesebre y señalado por una gran estrella de plata en el suelo.

“El Pesebre” es muy pequeño y apenas caben unas cuantas personas, por lo que la espera siempre es larga, pero por lo menos a mí, embargado por la emoción, me pareció muy corta.

Casi me atrevería a decir, que para mí al menos, hubo dos sitios donde se respiraba la santidad, te impregnabas de ella; uno es el “Santo Sepulcro”, y el otro es “El Pesebre”.

“El Muro de las Lamentaciones” es el único vestigio que queda de los muros de contención del segundo templo, el edificio más sagrado para la religión judía, y se construyó en el año 37 a.C. en época de Herodes “el Grande” en torno al monte Moriá, donde cuenta la tradición que Abraham quiso sacrificar a su hijo Isaac y donde Jacob soñó con la escalera que subía al cielo.

También estuvo aquí el primer templo, el “Templo de Salomón”, construido en el siglo X a.C. y destruido por los babilonios en el año 586 a.C. Fue reconstruido 141 años después y nuevamente destruido por los romanos en el año 70 d.C. por orden del Emperador Vespasiano, quedando en pie sólo un muro de la parte occidental. El general Tito prohibió derribar este muro para que el pueblo judío recordara y “lamentara” cómo Roma venció a Judea. De ahí toma su nombre uno de los sitios más sagrados para los judíos.

En realidad, el sitio más sagrado para los judíos es la explanada de las mezquitas, donde estuvo ubicado el “Templo de Salomón” y ahora está el “Domo de la Roca” y la mezquita de Al-Aqsa, pero este lugar está prohibido a los judíos. Éstos dicen que ese es el lugar donde se construirá el tercer templo a la llegada del Mesías.

Para los musulmanes este es el tercer lugar sagrado, después de La Meca y de Medina.

Bueno, queridos paisanos, aquí lo vamos a dejar por el momento, con la promesa expresa de acabar el resto de este bello viaje en la próxima revista.

Hasta la próxima.

Vuestro paisano.

 

© Del autor.

Artículo publicado en la revista de la Asociación Cultural Amigos de Gor San Cayetano

 

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